Retrato breve de dos guerrilleros de las Farc: Javiero y Luciano. Uno liberado, el otro encerrado en la cárcel de Chiquinquirá

La Paz en Colombia

Por José Schulman, Secretario General de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, 1 de julio de 2017


Si en la Argentina uno pregunta por Jairo Lesmes, difícil es que alguien lo conozca, pero si menciona al “colombiano de las Farc Javier Calderón” muchos les dirán que lo conocieron en los noventa y hasta un fiscal intentó involucrarlo en una absurda causa (por la cual perdió el puesto de jefe de la unidad fiscal de lucha contra las drogas peligrosas UFIDRO en el 2006) junto a Hebe de Bonafini, Patricio Echegaray y otras muchas personalidades del movimiento popular que de verdad lo trataron y supieron de su dimensión política y humana. Javiero fue “amablemente” expulsado cuando Bush lanzó la guerra total contra la insurgencia y el gobierno fantoche de Menem, que lo había acogido como diplomático que era, le pidió que se fuera.

Javiero volvió a su Colombia, pero no a su puesto en la Compañía Coltabaco en la misma Bogotá donde había nacido y vivido.

Javiero entró muy joven a trabajar en la fábrica de cigarrillos más grande de Colombia donde por su compromiso con los derechos de todos y todas se afilió a la Juventud Comunista de Colombia y luego se convirtió en dirigente sindical de su fábrica, del sindicato tabacalero y de la misma Central de Trabajadores de Colombia.

A mediados de los ochenta, en uno de los tantos ciclos de exterminio de la militancia obrera, popular, de las izquierdas, que de tanto en tanto le duele a Colombia, ante la evidencia cierta de que los paramilitares y los Servicios Secretos lo habían incluido en una de esas listas de futuros asesinados o desaparecidos, decidió no esconderse sino subirse a la montaña para pelear en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.

Le fue a comunicar su decisión al entonces secretario nacional de organización del Partido Comunista Colombiano (que luego también se fuera con las Farc y hoy es uno de sus héroes más honrados), quién primero trató de disuadirlo, luego acordó con él, pero le propuso que pasara un curso de un año en la Unión Soviética, a lo cual Javiero se negó.

Me dice ahora que tomar aquella decisión ya era demasiado difícil para postergarla, por lo cual, de aquella entrevista pasó por su casa para cerrarla y llevarle la llave a su madre que viviría allí por más de veinte años hasta su muerte .

Ahora, estamos en su casa, en la zona sur de Bogotá, en un barrio muy bonito que se llama Villa Los Sauces que se comenzó a construir como resultado de la negociación entre las Farc y la familia, muy poderosa, de una de sus retenidas por razones económicas: las Farc pidieron una suma para sostener la insurgencia y la construcción de un conjunto de casas para entregar a trabajadores sin techo, y lo logró.

Así Javiero, hombre de la ciudad, culto, de costumbres y modos muy urbanos, amante de la música, las plantas, el teatro y los libros, se subió a la montaña,

En cambio Luciano nació en la montaña, no vivió en ciudad alguna y cuando mataron a su familia en un paraje campesino, aterrado por las incursiones del Ejercito a los doce años se fue con los guerrilleros y nunca se arrepintió.

En su vereda (la vereda colombiana es un paraje poblado pequeño y con pocas casas campesinas) no había escuela alguna y aprendió a leer y escribir con la guerrilla, igual como aprendió todo lo que sabe de ciencias sociales, historia y geografía. Por unos doce años fue parte de una Unidad de Orden Publico que casi no entraba a los pueblos y combatía casi continuamente.

De vez en cuando su unidad pasaba por algún pueblo, y hasta cruzó por algunas ciudades grandes hasta llegar a DF México en alguna tarea que le encargara su organización, pero no se detenían mucho.

Como Luciano, la inmensa mayoría de los combatientes de las Farc, es de origen campesino e ingresaron muy jóvenes en la insurgencia armada, de modo tal que “su familia” son los compañeros y parte del proceso de paz será aprender a vivir en las condiciones “normales” de los campesinos colombianos, sin la comida, la salud, la recreación y la seguridad que tuvieron durante los años de insurgencia armada en la que las Farc llegaron a convertirse en algo así como un pequeño Estado paralelo y autosuficiente.

En una de las tareas asignadas por el Mando, de reconocimiento del terreno donde era fuerte el Estado, no en combate, fue atrapado en Bogotá, por una filtración de una llamada telefónica. Lo asaltaron a las dos de la madrugada, fue maltratado y torturado por las unidades especiales, luego sufrió un montaje judicial y pasó los siguientes diez y seis años en las Cárceles de Mediana y Alta Seguridad, incluida la tenebrosa Tramacúa, que el estudioso y militante de Tucson, EE.UU., James Jordan dirigente de la Alianza por la Justicia Global (http://afgj.org), afirma que fue la primera construcción del Proyecto Imperial Carcelario que los EE.UU. luego instalaron en Guantánamo y extendieron al “mundo libre” colonizado por ellos.

El proyecto penitenciario combina un desprecio absoluto por los seres humanos, basado en el concepto antijurídico del “derecho del enemigo” que considera a los “terroristas subversivos” como seres que no son sujeto de derechos y por ello se los puede tratar como enemigos a exterminar.

Aislamiento, agresiones, hostilidad continua, la atención medica al servicio del exterminio planificado, permisos para los paramilitares presos para que asesinen a los militantes populares, casi todos los servidos de salud, alimentación, etc. terciarizados y privatizados, son algunas de las características de este proyecto que en Colombia ahoga a unos ciento cincuenta mil ciudadanos y ciudadanas, de los cuales unos siete mil cayeron por razones de lucha social, política o montajes afines a la lucha contrainsurgente.

Según James, ahora mismo, se están construyendo dieciséis establecimientos en América Latina y habría que pensar: piensa mal de los dominantes y acertarás decía un revolucionario salvadoreño, que las críticas de hoy en Argentina, al sistema penal, está preparando el terreno para que “renueven” el sistema penal con la “ayuda” de los Yankees, que ya están dictando cursos de formación a los penitenciarios y policías de la Argentina.

Luciano, con sus cuarenta años, espera sereno y paciente, que se cumplan los Acuerdos de La Habana, empezando por la ley 1080 de Amnistía aprobada por el Poder Legislativo a finales de diciembre de 2016.

La cárcel de Chiquinquirá, en cuyo patio seis se encuentra desde hace unos meses, le parece un avance importante por el grado de libertad que tienen en el patio, la posibilidad de compartir con sus compañeros guerrilleros y acelerar su formación política para la nueva etapa.

Me cuenta que todas las mañanas estudian y discuten las tesis para el congreso que las Farc han convocado para agosto a fin de decidir si formarán un partido o movimiento político, su nombre y definiciones tácticas.

Orgulloso, me cuenta que están organizado en células partidarias de doce compañeros, tal como era en la montaña, y que para él la disciplina, la cohesión política y la unidad fraterna es lo principal para conquistar una paz verdadera para lo cual espera estar libre de una vez.

El que salió en libertad por los acuerdos de La Habana fue Javiero, estuvo ocho años en un penal de alta seguridad, víctima de un montaje judicial que pretendían transformar en un escándalo mediático.

Cuenta que luego de pasar los primeros años en la montaña, de luchar con empecinamiento para adaptarse a la vida guerrillera, a los retos de entrar en combates mano a mano contras las fuerzas estatales aunque siempre su aporte más apreciado por todos, y que a él más le gusta, son los talleres de formación política y humana.

Con picardía recuerda un momento muy particular en uno de esos talleres.

En el 2003, Javiero andaba por el Caquetá, en la unidad guerrillera que comandaba el Paisa (se dice así a los nacidos en Medellín, Colombia), Hernán Darío Velásquez Saldarriaga, la famosa unidad Móvil Teófilo Forero que realizó algunas de las acciones más audaces y espectaculares de aquellos años.

Javiero estaba dictando un taller muy cerca de donde estaba el mismo Comandante Paisa con el radio con que se comunicaba con sus unidades.

Como el espacio era compartido todos hablaban bajo pero algo se escuchaba de unos y otros. De repente se escucha, en un susurro, que una unidad que ha iniciado el regreso al campamento, porque había fracasado la operación originaria, le informa al Comandante que avistan un avión espía que daba vueltas muy bajito en círculos sobre la porción de la montaña/selva por donde ellos se estaban movilizando. El Paisa, imperturbable, ordena que le tiren con los fusiles y armas livianas que llevaba la unidad movil y en un momento comienza a gritar, alzando los puños, “le dimos” “le dimos”.

Los guerrilleros que asistían al curso comenzaban a dar vuelta la cabeza entre el “profesor” Javiero y el Comandante Paisa.

Javiero, primero intentó mantener la disciplina, pese a todo, y superando su propio deseo de saltar celebrando el hecho inédito de derribar un avión, y dar una lección inesperada a sus “alumnos”, pero la tensión y la ansiedad va en ascenso hasta que , y ahora que lo cuenta vuelve a sonreír, les dice que van a “adelantar” el recreo veinte minutos y que pueden descansar.

Todos saltan alrededor del Paisa y del Javiero que disfrutan de unos de esos momentos soñados en las largas noches de caminata nocturna donde, para no hablar ni realizar ruido alguno, la cabeza recuerda los hechos futuros que todos quisieran protagonizar: tumbar un avión espía con un rifle!, como si fuera fácil.

El episodio se hizo muy mediático porque en el avión volaban especialista en espionaje electrónico y aéreo de los EE.UU., los agentes Marc Gonsalves, Thomas Howes y Keith Stansell de quienes “el columnista del diario estadounidense The Washington Post los identificó como contratistas de la firma California Microwave Systems. Agregó que funcionarios de la Embajada en Bogotá le dijeron que hacían una operación de inteligencia electrónica. Microwave Systems es unidad operativa de la corporación Northrop Grumman, de Baltimore (Maryland), que la adquirió en abril de 1999. Se especializa en reconocimiento aéreo y sistemas de observación (dentro de los cuales hay radares y sistemas electro-ópticos); sistemas de comunicación satelital en tierra, y planeación de misiones especiales que aseguren el éxito en las misiones. Presta servicios militares y otros para agencias gubernamentales estadounidenses y para organizaciones internacionales de defensa” tal como publicó en febrero 2003 el oficialista diario colombiano Tiempo (www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-1032597).

Los agentes norteamericanos permanecieron en manos de la guerrilla hasta el 2008.

Javiero salió de Colombia en los noventa y como parte de una ofensiva diplomática, fue designado representante en la Argentina donde desplegó una amplia labor por la cual muchos lo recuerdan a tantos años.

Cuando Menem le “pidió” que se vuelva, subió de nuevo a la montaña hasta que fue capturado en el 2008 cuando se produjo el episodio mediático frustrado.

Cuenta que al cabo de algunos días de su captura, interrogatorios, torturas y demás rutinas, lo llevan a un salón enorme que el Ejercito tenía en un edificio de varios pisos, era un centro de prensa militar y al entrar Jairo ve una cantidad de cajas y bultos (que pretendían falsamente haber secuestrado del lugar donde fue capturado) y a una famosa periodista de nacionalidad española que funge como una de las cabezas del sistema comunicacional contrainsurgente, entonces Jairo, en manos de sus captores armados, solo en medio de un salón repleto de militares, funcionarios estatales y diplomáticos, comienza a gritar que es un insurgente por la libertad de Colombia y que lo han secuestrado para armar un montaje escandaloso.

El diario El Espectador contó así el episodio: “Somos Farc, ejército del pueblo … viva el comandante Alfonso Cano el jefe de las guerrillas”, gritó Lesmes Bulla en el momento en el que era presentado a la prensa.

Forcejean un rato hasta que un alto jefe militar grita que lo saquen y se lo llevan alzado en el aire, pegando Jairo gritos y patadas al aire. Le contaron luego que estaba previsto que el mismo Uribe vaya al show y que pensaban adjudicarle cada una de las acciones de la Teófilo Forero.

Y así lo registró el mismo diario: “Esta es una de las pocas ocasiones en que detenidos señalados por las autoridades de ser miembros del grupo guerrillero, admiten ser parte de las Farc, Lesmes Bulla continuó su arenga por varios minutos antes de ser retirado de la sala por agentes armados con fusiles (http://www.elespectador.com/noticias/judicial/articulo-otro-golpe-farc)

No supe nada de él desde que me despedí en 1999 para comenzar un viaje por los estrados españoles, ante Baltazar Garzón en 1999, y argentinos en el 2002, que terminaría con la condena del Juez Federal Víctor Brusa en el 2009.

En el 2015, en otro viaje a Colombia supe que Javiero estaba en muy mal estado de salud, agonizante casi, y junto a otros compañeros del movimiento de derechos humanos, y el apoyo decisivo del premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel, lanzamos una Carta Humanitaria por los Setenta y Un presos políticos en grave estado de salud.

A uno de ellos, Oscar, lo encontré en el patio seis de Chiquinquirá, sigue allí a pesar de estar ciego y tullido de un brazo.

A Javier, ya en libertad, le curaron la tuberculosis no diagnosticada en la cárcel y hoy está feliz con sus nuevas tareas, es parte de la comisión mixta (Estado, Farc) que discute como preservar el medio ambiente que los guerrilleros conservaron por cincuenta años y que no quieren que la paz (la neoliberal y de negocios extractivistas) que sueña Santos, destruya los lugares por donde anduvieron por décadas.

Vive en el Veredal La Variante en Tumaco, Nariño, donde están sus compañeros de la Unidad Móvil Teófilo Forero y el Comandante Paisa, en el sur del país, y cuando viene a Bogotá, se aloja en su casa llena de plantas y flores, como si fuera la montaña que tanto ama.

Me cuenta que en el Veredal armó su alojamiento entre las plantas y abierto al aire libre, como siempre le gustó vivir:

Libre entre sus hermanos.

Luciano sigue en Chiquinquirá y es uno de los mil cuatrocientos presos políticos de las Farc que realizaron una huelga de hambre de tres días para visibilizar el incumplimiento de los acuerdos de La Habana.

Ojala que sus historias, la breve parte que puedo contar, conmuevan la humanidad de todos y que al menos entierren el mito de la narco guerrilla, que los Servicios Secretos Colombianos forjaron y que los medios de todo el mundo, incluido más de un intelectual y político de izquierda, repitieron como loros.

Hace un año que las Farc no opera militarmente ni domina territorios y el negocio de las drogas ilícitas no solo se mantiene incólume sino que crece como uno de los efectos no deseados (al menos por el movimiento popular) de los acuerdos, igual que el del paramilitarismo.

Lejos de terroristas sanguinarios o narcotraficantes, los guerrilleros que yo conocí en Bogotá, en el Penal de Chiquinquirá, en el Veredal Transitorio de Normalización Buena Vista, cerca de Meseta, Meta, son compañeros de carne y hueso, humanos como el que más, con personalidades y opiniones tan propias como en cualquier lugar del mundo.

Claro que con una vida de compromiso indoblegable que los hace más humanos y queribles para quienes la imagen de Bolívar abrazándose a San Martín, o la del Che entrando en La Habana con Fidel y Camilo son algo más que una bella foto para un póster.

Son un llamado a la rebeldía y la solidaridad.

De esto se trata en estas crónicas de un viaje a los presos y los ex combatientes de las Farc.

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