Esa tan repetida propuesta de «diálogo social» que ahora parte de un gobierno reaccionario pro-imperialista, que tiene como socia a una patronal concentrada y espera compartir sus planes con una cúpula sindical burocrática y gerencial ¿servirá para los trabajadores?».
Existe una justa y profunda preocupación por la ausencia de una definición más exacta de cuáles son las propuestas estratégicas para el funcionamiento de ese llamado «diálogo social» toda vez que ya hubieron experiencias de similar signo, llamadas «pacto social», que sirvieron para la aplicación de planes en donde siempre la variable de ajuste resultaban ser los derechos de los trabajadores. Y hoy pareciera más evidente que se pretende conciliar intereses entre trabajadores y patrones, con el respaldo del Estado, a fin de “bajar los salarios” que serían los causantes de la inflación e incidirían en forma desproporcional sobre los «costos de producción».
Un acuerdo «social» con bases serias, no debe hacerse consagrando una distribución «pro capital», imponiendo disciplina social a fin de limitar los conflictos y procurando el envilecimiento de salarios como quiere el gobierno de Macri, sino exigiendo una verdadera y eficaz distribución de la riqueza.
La defensa inclaudicable de este aspecto que consideramos de carácter esencial a favor de los asalariados formales e informales, no tiene garantías si queda en manos de una cúpula sindical educada ideológicamente en la «conciliación de clases», con demasiada experiencia en la aplicación de la táctica vandorista de «presionar para negociar» y complicada en severos casos de corrupción.
No debemos olvidar que se trata de un diálogo entre dos sectores en pugna irreconciliables, capital y trabajo, bajo un gobierno que representa a los verdaderos dueños del poder nacional e internacional, que desde su reciente instalación ha tomado medidas orientadas a consolidar la desigualdad en perjuicio de todos los segmentos obreros y populares, que está interesado en avanzar en un proceso de destrucción de la aún incipiente integración latinoamericana y que no vacila en la adopción de medidas que consoliden un modelo productivo, económico, financiero y comunicacional al servicio del capital concentrado y globalizado, hegemonizado por los Estados Unidos.
Un acuerdo social serio debería contener, por ejemplo, una profunda reforma impositiva de tal modo que pague más el que más tiene, créditos accesibles para la construcción de viviendas, incremento de las asignaciones familiares, actualización del seguro de desempleo, financiamiento de la seguridad social para garantizar el 82% móvil para jubilados, plena vigencia del Consejo del Salario Mínimo, paritarias libres, combate al trabajo informal, tercerizaciones, flexibilización laboral, trabajo clandestino, etc. Pero, a diario, con los DNU que aplica el macrismo (decretos de poca necesidad y mucha urgencia) estos objetivos sin dudas están en las antípodas de la derecha que hoy actúa en ejercicio del gobierno.
A la vez, se debe reconocer que el campo popular, escindido, todavía no ha construido una fuerza organizada de carácter frentista, amplia, democrática, en ejercicio de un real poder popular, que cuente con un programa estratégico elaborado en común y a través de la lucha y la movilización sea capaz de consagrar una nueva correlación de fuerzas e imponer el verdadero rumbo que nuestro país, los trabajadores y el pueblo debemos transitar si es que de verdad aspiramos a lograr para nuestra Patria la tantas veces proclamada «justicia social, libertad económica y soberanía política».
Y en ese sentido, el rol que le cabe a la clase trabajadora como sujeto principal del cambio, es tratar de consolidar su estructura sobre los cimientos de un nuevo modelo sindical cuyos principios estén basados no sólo en la participación democrática de sus afiliados, sino que sea puntal en la lucha por terminar con la ley de Asociaciones Sindicales que le reservan al Movimiento Obrero el papel de «columna vertebral» útil para dar sostén a proyectos que no siempre le son propios o de lo contrario correr el peligro de no ser reconocido con la «personería gremial» otorgada por un circunstancial Ministro al margen de cual sea la voluntad mayoritaria de las bases. Esta concepción de «Movimiento Obrero Organizado» constituyen los elementos fundantes del “Sindicalismo de Liberación” y en la época que vivimos, enfrentados a un capitalismo en crisis civilizatoria que descarga sus inhumanos efectos en primer lugar sobre los países emergentes y sobre los sectores mas vulnerables, lo necesitamos ya, en nuestro país, obligando a los sectores poderosos dueños del capital concentrado -sujetos relevantes e impulsores del «Diálogo Social»- a que sus abultadas ganancias sirvan para una mayor distribución reduciendo la desigualdad social, se reinviertan en el país creando nuevas fuentes de empleo y enterrar para siempre la falacia de que son los salarios los que producen inflación.
Mario Alderete
Buenos Aires 5/1/2016